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Amaneciendo en tu río
Ni bien despertaba el día
en el bies de tu silencio,
la dorada primavera
encendía sus latidos,
eran cantos de colores,
los preludios de mil ríos,
donde la luz era un beso
sobre tus labios dormidos.
Me subyugaba mirar
la calidez de tu esencia
en tanto el sol le rezaba
a tus párpados bandidos,
tan solo una dulce estrofa
nacida de algún suspiro,
que en la espalda asomaba
perdida en tu piel de trigo.
Entonces abrías tus ojos
de universos ambarinos
y la brisa allí presa liberaba
a mi negro destino
encendiendo las estrellas,
titilando en un gemido,
porque tu amor era el sueño
que amanecía conmigo.
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