|
|
|
|
|
|
|
|
|
Amanecí
Amanecí envuelto
en mil reflejos de soles,
en una llovizna fina de luz
que traspasaba mi ventana;
en un espacio del universo infinito
que fue tragando todo a su alrededor
cual un agujero negro de nuestro cielo.
Amanecí envuelto en tus brazos
rodeado por el perfume
de la naturaleza en la mañana:
los pétalos de las flores apenas
húmedos por las gotas de rocío;
el olor a césped mojado,
el aroma que llegaba
desde la laguna
trayendo su insensatez
desde lo profundo.
Amanecí envuelto en la ternura
de tus párpados cerrados;
con tu blanca sonrisa dormida,
con ese mechón rebelde apenas
caído sobre tu mejilla ruborizada,
por el agitar de la noche
que te quedaba tan sexy
y al mismo tiempo tan dulce.
Amanecí después de haber
explorado tus valles,
después de haber escalado
tus tibias montañas,
después de haber hecho sonrojar
hasta el último suspiro de excitación
de tu cuerpo candente de locura,
que se tornaba en colores rojizos,
porque no querías la luz prendida.
Amanecí con la dulce paz
de verte a mi costado,
de sentir un pudoroso orgullo
porque simplemente estabas conmigo,
que las palabras habían sido suplantadas
por la música compuesta por dos seres
compenetrados en ellos mismos,
improvisando desde la primera
hasta la última y recóndita nota
que todavía no había sido escrita.
Amanecí con el sabor
de tu piel en mis labios
en una mezcla entre dulce y ácida
que hacía más placentero el tenerlo,
con una historia que jamás...
sería contada, pero sí soñada,
con la partitura que no sería vista
por ningún director de orquesta,
ya que solo había sido escrita
para el deleite de los autores.
Amanecí simplemente contigo...
|
|
|
|
|