De cualquier manera
Caminé mil caminos sin ver el mar en el horizonte, sin lograr entender qué ilusión es igual a poesía, que la dulce fantasía de un cariño primoroso, es esbozo de gorriones y alegrías.
Aprendí que la piel de primavera es el beso del viento, que amar y nacer son dos cosas distintas, pero mixturadas por los mismos sentimientos, pasión y placer.
Que se puede perder sin siquiera haber ganado y aunque vires de costado la borrasca te ha de atrapar, desgajando gota a gota el silencio de los recuerdos en la hiel.
Ahondando en el sendero, la estupidez de la gente no tiene límites, el temor a aquél que es diferente nunca se lo sacarán del trasero, tachándolo de loco, idealista y hasta de subversivo, marginándolo de esto que hoy llamamos “sociedad”.
La hipocresía es tal que valen más los brillos, el maquillaje, la parodia del amor, las mentiras insondables, mostrando la negrura del corazón, que la pureza del alma, la flor de la sincera sonrisa, la caricia tierna y la mirada pura, fuerte y franca.
La oscuridad del poder por el poder, de los sueños por la carrera del consumismo sin tomar en cuenta los sentimientos de nuestros pequeños seres queridos.
El dolor y la angustia le han ganado a la sabia naturaleza, la que hoy nos encuentra presos de nuestra propia incongruencia; el smog, la capa de ozono, la basura espacial y terrestre, contaminando lo que pretendemos sea un mundo mejor para nuestros hijos y nietos, hemos caído en una paradoja total y maldita de la cual va a ser muy difícil salir.
Estamos en una crucial encrucijada de nuestra existencia, el agujero negro de la ambición está a punto de engullirnos en su totalidad, debemos volver a los orígenes, a la incandescente luz del amor entre nosotros, parafraseando a Miguel Hernández en su libro Martín Fierro “Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera, porque si no, nos devoran los de afuera".
Quizás… si volvemos a plantar hibiscos en nuestro jardín interior, el quebrado ser tenga momentos de respiro, sin que la congoja que en él anida apriete hasta ahogarnos, aunque los nudos de la garganta siquiera nos dejen sin habla y seamos portadores de algo utópico como es la felicidad.
De cualquier manera, todavía quedan seres dentro de los cuales me incluyo, que amamos con la intensidad del huracán, donde la desidia no es una opción para quienes los ríos en la mirada de un niño; es más importante que el auto nuevo, que dejamos la vida en cada enamoramiento, aunque el sufrimiento luego nos haga gritar, que festejamos al llorar un nuevo nacimiento y a quienes la brisa, el viento, las hojas de otoño, la nieve en la montaña o un radiante amanecer nos hace suspirar.
En la rebelde realidad de este escrito, sería una indudable torpeza no dedicar un párrafo, una oración a aquellos quienes han hecho del amor una metodología, quienes encuentran en las letras la lozana y gallarda forma de honrar al sentimiento primordial, a la musa de los colores y de los sueños, regalándonos a cada instante ese verso azul, derramando ternura en esta vorágine de locura que nos ha tocado vivir.
Ojalá una ínfima parte de nosotros accedamos a leer a los poetas de la vida y el amor, comprendiendo que sin él, esto se terminó.
Solo me resta regalarles como fin, estos hermosísimos versos de Gustavo Adolfo Bécquer que resumen todo lo aquí escrito.
¿Qué es poesía?
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
